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Identidad cultural y diáspora
Una nueva tendencia cinematografía del Caribe está surgiendo y se ha
unido a otras “Cinematografías del Tercer Mundo”. Este surgimiento,
a pesar de ser de tipo diferente, está relacionado con el cine emotivo
y con otras formas de representación visual de los “negros” afrocaribeños (y
asiáticos) de las diásporas de Occidente: los nuevos sujetos postcoloniales.
Todas estas prácticas culturales y formas de representación tienen al sujeto
negro como tema central, y ponen como referencia el asunto de la identidad
cultural. ¿Quién es este nuevo sujeto que emerge en la cinematografía? ¿Desde
dónde se habla él?
Las prácticas de representación siempre implican posiciones desde las cuales hablamos o
escribimos: son posiciones de enunciación.
Lo que sugieren las recientes teorías de enunciación es que aunque hablamos,
por así decirlo, “en nombre nuestro”, sobre nosotros mismos y a partir de
nuestra propia experiencia, el sujeto que habla y el tema del cual se habla
nunca son idénticos y nunca se encuentran exactamente en el mismo lugar. La
identidad no es un concepto tan transparente o tan poco problemático como
pensamos. A lo mejor, en lugar de pensar en la identidad como un hecho ya
consumado, al que las nuevas prácticas culturales representan, deberíamos
pensar en la identidad como una “producción” que nunca está completa, sino
que siempre está en proceso y se constituye dentro de la representación, y
no fuera de ella. Esta visión problematiza la misma autoridad y autenticidad
que el término “identidad cultural” se atribuye.
Aquí buscamos abrir un diálogo, una pesquisa, sobre el tema de identidad cultural y representación. Por supuesto que el “yo” que escribe aquí
también debe ser pensado en sí mismo como “enunciado”. Todos escribimos
y hablamos desde un lugar y un momento determinados, desde una historia
y una cultura específicas. Lo que decimos siempre está “en contexto”, posicionado. Nací y pasé mi infancia y mi adolescencia en una familia de clase
media-baja en Jamaica. He vivido mi vida adulta en Inglaterra, a la sombra de
la diáspora negra —“en el vientre de la bestia”—. Escribo sobre el entramado
de los conocimientos de toda una vida de trabajo en estudios culturales. Si el
ensayo parece concentrado en la experiencia de la diáspora y sus narrativas
de desplazamiento, vale la pena recordar que todo discurso está “situado”, y
que el corazón tiene sus razones.
Hay al menos dos formas diferentes de pensar la “identidad cultural”. La
primera posición define la “identidad cultural” en términos de una cultura
compartida, una especie de verdadero sí mismo [‘one true self’] colectivo
oculto dentro de muchos otros sí mismos más superficiales o artificialmente
impuestos, y que posee un pueblo [people] con una historia en común y
ancestralidad compartidas. Dentro de los términos de esta definición,
nuestras identidades culturales reflejan las experiencias históricas comunes y los
códigos culturales compartidos que nos proveen, como “pueblo”, de marcos
de referencia y significado estables e inmutables y continuos, que subyacen
a las cambiantes divisiones y las vicisitudes de nuestra historia actual. Esta
“unicidad”, que sustenta todas las otras diferencias más superficiales, es la
verdad, la esencia del “caribeñismo”, de la experiencia negra. Ésta es la identidad que la diáspora caribeña o negra
debe descubrir, excavar, sacar a la luz
y expresar a través de la representación cinematográfica.
Esta concepción de identidad cultural jugó un papel importante en todas
las luchas postcoloniales que han moldeado de nuevo nuestro mundo de
forma tan profunda. Está en el eje de la visión de los poetas de la Negritude,
como Aimé Césaire y Léopold Senghor, y del proyecto político panafricano
que estuvo en boga hace varios años. Esta perspectiva sigue siendo una fuerza
muy poderosa y creativa en formas emergentes de representación entre las
culturas marginadas. En las sociedades postcoloniales, el redescubrimiento
de esta identidad es con frecuencia el objeto de lo que Frantz Fanon una vez
llamó una investigación apasionada… orientada por la esperanza secreta de
descubrir más allá de la miseria de hoy en día, más allá del desprecio de uno
mismo, de la resignación y de la abjuración, una era bella y espléndida cuya
existencia nos rehabilita con respecto a nosotros mismos y a los demás.
Nuevas formas de práctica cultural en esas sociedades se dirigen por sí
mismas a este proyecto por la muy buena razón de que, como Fanon lo señala,
en el pasado reciente, la colonización no se satisface tan sólo con retener a
una comunidad bajo su yugo y vaciar el cerebro del nativo de toda forma y
contenido, sino que, debido a una clase de lógica perversa, esta colonización
se vuelve hacia el pasado del pueblo oprimido, y lo tergiversa, lo desfigura y
lo destruye (Fanon 1963: 170).
La pregunta que plantea la observación de Fanon es, ¿cuál es la naturaleza
de esta “profunda investigación” que conduce a las nuevas formas de representación visual y cinematográfica?
¿Es ésta sólo cuestión de desenterrar lo que
la experiencia colonial sepultó e invistió, para sacar a la luz las continuidades
ocultas que suprimió? o, ¿es una práctica bastante diferente que implica
no el redescubrimiento sino la producción de identidad, no una identidad
cimentada en la arqueología, sino en el acto de recontar el pasado?
En ningún momento debemos sobrestimar o abandonar la importancia
del acto de redescubrimiento imaginativo en que se produce esta concepción
de una identidad esencial redescubierta. Las “historias ocultas” han jugado
un papel crítico en el surgimiento de muchos de los movimientos sociales
más importantes de nuestros tiempos: feministas, anticolonialistas y antiracistas.
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